24 de julio de 2010

Una rebelde sin causa..... liberada al fin





Una Rebelde Sin Causa
Erase una vez, en un pequeño y lejano pueblo, que bien podría ser el nuestro, una niña de 9 años, que como todas las niñas de su edad, asistía a una respetable escuela religiosa a fin de hacer de ella una bien educada niña de sociedad y futura fervorosa esposa y madre de familia. 
Pero ella fue siempre un caso excepcional, la oveja negra de la escuela, rebelde por naturaleza, iba siempre en contra de lo preestablecido y socialmente aceptado… la mosca en la crema y nata de la sociedad. 
Pero un día, su osadía llegaría al extremo, cuando en un ataque de imprudencia, durante las clases de catequismo, previas a la ceremonia de “Primera Comunión”, llamase mentirosos al sacerdote y religiosas encargados de impartir las lecciones. 
Impávidos ante semejante afirmación solo atisbaron a preguntar el porqué de aquella tan agresiva opinión, a lo que nuestra pequeña contumaz respondió con un aparentemente primitivo razonamiento, diciendo: “Jesús no puede ser Dios porque él es un hombre, come, bebe, duerme y va al baño… Dios no lo hace”. 
Consternados aún más por aquella respuesta que por su afirmación inicial, el silenció reinante en aquel aula de clases era señal de lo tenso del ambiente, el rostro casi desfigurado por la ira, de la Madre Superiora, vaticinaba un castigo sin precedentes, mientras que la perplejidad del buen padre B. dejaba entrever su desconcierto ante la situación. 
Luego de aquellos interminables segundos, sobrevino lo inevitable… “Vete a la rectoría”, vociferó la Superiora, “lo que has dicho es una vil blasfemia, merecerías la excomunión”. 
Fue la niña rumbo a la oficinas de la sede administrativa del colegio, preguntándose la razón de aquella airada reacción ante un razonamiento a su parecer completamente lógico, pero su duda jamás fue disipada, por lo menos no en aquel lugar, mientras que por el contrario como castigo a su insolencia fue condenada a no vestir aquellos bonitos trajes blancos de la ceremonia de primera comunión y, a pesar de ser la mejor estudiante del colegio, su condena contemplaba la prohibición de presentarse a su propio acto de graduación y recibir en las horas previas el folder que contenía sus documentos de estudio, debiendo agradecer a la clemencia de la superiora el no colocar la anotación por mala conducta en el registro. 
Tiempo después, se acercó la niña al bonachón padre B. y le pidió explicación de la razón por la cual, a su punto de vista aquel razonamiento, aunque lógico, era inaceptable, a lo que este respondió “Porque eso es un dogma de fe”. 
Con el pasar del tiempo, siendo ya una jovencita, por los gajes de los estudios secundarios, empezó a tener contactos con las ciencias exactas y la filosofía. Durante muchos años se decicó entonces a leer e indagar a cerca de las teorías de los grandes pensadores, en búsqueda de respuesta a sus incógnitas.
¿Quién es Dios y como llegar hasta él? 
Dado que la única respuesta que hasta ese entonces había logrado era “eso es un dogma de fe” y aunado a muchísimos otros que la familia, la sociedad y el estado quisieron imponerle, decidió entonces seguir una conocida pero mal entendida máxima del pensamiento marxista, “La religión es el opio del pueblo”, por lo que independientemente de su convicción interna acerca de la existencia de Dios como ser supremo, único e indescriptible optó por alejarse completamente de la religión, entendida como la práctica social conjunta de un grupo de ritos y aceptación de creencias que hasta ese momento, y a la luz de sus ojos, rayaban dentro de lo ridículo.
Un día en una de sus batidas a la biblioteca, descubrió la existencia de un ser que, aún sin proponérselo, cambiaría radicalmente su concepto de Dios. Lo que hasta ese entonces había sido una idea completamente amorfa, empezaba a tomar sentido.
Albert Einstein afirmó: “La materia y la energía no se crean ni se destruyen, solo se transmutan en un interminable ciclo”. ¿Pero que es la energía, se preguntó entonces? A lo que contestó su profesora de física: “la energía es la esencia de todo, no podemos verla, no podemos tocarla, ni olerla, pero podemos observar sus diferentes manifestaciones, todo proviene de ella y a ella regresa”. 
De estas sabias palabras pudo deducir que Dios es la forma más perfecta de energía, Uno, Único, Indestructible, Eterno, no fue creado, a partir de él surge todo y como tal, todo a él ha de regresar. Por lo que en consecuencia, Jesús no es Dios, su nacimiento fue solo una de las manifestaciones de Su magnífico poderío y que todos nosotros lo somos. 
En vista de sus irreconciliables diferencias con la “Iglesia”, el gran numero de injusticias que a su alrededor eran cometidas y el desconocimiento de cualquier otra teoría que pudiese refutar los regímenes establecidos, se acercó cada vez más al humanismo filosófico, simpatizando profundamente con las teorías que soportasen su idea de que en su pequeño mundo el sistema de cosas estaba completamente errado, desconocía hasta ese entonces cual habría de ser el sistema perfecto pero estaba segura que el que le rodeaba e intentaba someterle estaba completamente fuera de foco…. Se había liberado de los dogmas y de las creencias que le habían sido impuestas…

18 de julio de 2010

Dimensiones


Lo siguiente, aunque lo escribí hace algunos años, creo que todavía tiene su vigencia.:

¿Que es lo que nos separa cuando no logramos que nuestros hijos nos entiendan?, ¿qué es lo que nos separa cuando ellos no entienden nuestros pensamientos? y cuando hay ocasiones en que todo parece una torre de babel?
Que es lo que nos separa de lograr ese entendimiento mutuo cuando de hecho alguna vez fuimos hijos jóvenes y tampoco descifrábamos a nuestros padres?
¿Qué nos separa cuando ahora que ya hemos sido hijos adultos entendemos algo pero no nos entienden nuestros hijos jóvenes?
Dimensiones, solo diferentes dimensiones. Un día somos hijos jóvenes, incomprendidos, obcecados, irreverentes y dueños de lo que creemos es nuestro tiempo. Otro día simplemente cruzamos hacía la dimensión de convertirnos en padres, siguiendo siendo hijos y donde ya no somos dueños de lo que creíamos era nuestro tiempo.
Entramos en la dimensión de ver crecer a nuestros hijos e irreverentemente pedir que ya leguen a jóvenes, buenos jóvenes. Y cuando eso llega, desear que vuelvan a ser infantes; y les damos todas las razones y ya entonces reconocemos las certezas de nuestros padres porque han sido sabios y porque anhelamos ser sabios, pero seguimos sin entender algunas dimensiones.
Dimensiones, donde vemos cada día más inmensos a nuestros padres, porque ya nos hemos convertido también  en padres, y donde nos vemos pequeños porque no entendemos como nuestros hijos no nos dimensionan y comprenden com padres; y no recordamos que fuimos hijos y no dimensionábamos a los nuestros. Paradoja?
Paradojas sin dimensión y fondo donde en ocasiones nuestros padres, sabios ahora y pacientes como siempre, ya nos estorban y sin embargo no caemos en que ya hemos empezado a estorbar en la aventura de nuestros hijos. Sin embargo, nuestros padres nos siguen amando por sobre todo al igual que nosotros a nuestros hijos, aunque ahora no recordemos las dimensiones traspasadas.
Dimensiones: hijos a padres, padres a hijos: padres hablando con nosotros que ya somos padres viviendo la encrucijada de no poder hablar con nuestros hijos cuando no recordamos que nuestros padres querían hablar con nosotros que éramos sus amantísimos hijos
Padres, hijos ... cadena de la vida; dimensiones y paradojas.
¿Como debo tratar a mi hijo, cuando no supe preguntarle a mi padre que esperaba de mi como hijo y yo de el como padre?. ¿Como enseñar y dejar volar a mi hijo?,  cuando nunca quise que mi padre me enseñara como hacerlo?.
Dimensiones, dimensiones de amor, dimensiones distintas que en algún momento se vuelven  una sola, donde de pronto conocemos la esencia y el valor de nuestra misión en la familia para que después en un amplio suspiro lleguemos a nuestro final.
Dimensiones, de hijos irreverentes que fumos, a padres sorprendidos por la indolencia sana y la simplicidad de la vida de nuestros hijos.
¿Como perdonarnos a nosotros mismos la ignorancia de no entender la simpleza y la escasa cercanía de nuestros hijos cuando no entendíamos como la dimensión de que también hemos sido amados como imperfectos hijos?
Amamos profundamente a nuestros hijos tanto o más como nuestros padres nos aman también, como sus hijos; sin embargo como hijos y padres que somos aún no dimensionamos el poder del amor de nuestros padres y nos desconsolamos de que nuestros propios hijos no entiendan el amor que les tenemos como padres
Paradojas, dimensiones...
Dimensiones de amor y cercanías tan distintas y sin embargo tan únicas... simplemente la esencia de la vida.
(cat)